Tenía pendiente una visita a la Casa-Museo de Marina Núñez del Prado desde que, al poco de llegar, vi en un catálogo sus maravillosas esculturas en granito, alabastro, mármol, ónix, comanche, basalto y bronce.
Pocos países pueden presumir de tener a una escultora como su artista más importante. No solamente es la boliviana genial (en palabras de la Premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral) sino que es la única declarada “Tesoro Artístico Cultural de la Nación”. A pesar de ello y del reconocimiento que obtuvo en vida, actualmente es una absoluta desconocida tanto para sus paisanos como en los circuitos internacionales.
La Casa-Museo donde tiene la sede la Fundación que ella misma constituyó en 1974 y que custodia su legado, sufrió, hace cuatro años, un derrumbamiento de los pisos superiores a causa de las obras de construcción de un edificio contiguo. Por suerte, las esculturas se pudieron salvar, aunque ahora no se puedan apreciar en las mejores condiciones.
Con una clara influencia de Henry Moore, de quien fue contemporáneo (¿o quizás fue al revés?), la técnica de Marina Núñez del Prado se basa en llenar el espacio de volumen. Son características suyas las redondeces, las torsiones y un sinuoso y sutil dinamismo. Bustos, torsos, maternidades y cosmología indígena son sus principales temas.
Tiene obra en numerosos museos de América y Europa, entre los que destacan el Nacional de Arte Moderno de París, los Museos de Arte Moderno de Sao Paulo y México D.F., la Galería Nacional de Berlín, los Museos Vaticanos o el Museo de Arte de Nueva York.
Quien sabe si, dentro de poco, no volverá a viajar…
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