Una de las cosas que más impactan al llegar a La Paz es la cantidad ingente de perros que abundan por las calles, solos o en manada y que constituyen una población paralela a la humana, en una convivencia basada en la mutua indiferencia. No se los puede llamar con propiedad “abandonados”, pues no han tenido nunca dueño y están perfectamente integrados en la vida urbanita. Responden a los pitidos de los coches, miran a un lado y a otro antes de cruzar una calle y pocas veces ladran. Algunos, a pesar de lo duro del clima, exhiben un pelaje digno del can de un rey y no es difícil descubrir muchos de raza, durmiendo en la acera o resguardándose del sol de mediodía. Se alimentan por la noche, cuando se dejan las bolsas de basura en las esquinas y hábilmente las abren y hacen desaparecer todo lo comestible. Raramente son atropellados y sobreviven cojos o ciegos mucho más tiempo de lo imaginable.
Lo mismo que en las calles, se ven en las carreteras infinitas que cruzan el altiplano, trotando hacia un destino desconocido, en mitad de la nada.
Justamente el hecho de que existan tantos perros salvajes, puede inducir a pensar que no se los considera como un animal de compañía, al modo europeo. Craso error. No solamente los hay entre las familias bolivianas sino que además se los cuida hasta el punto de abrigarlos con pañitos hechos con lana de alpaca. Suelen salir por las mañanas, casi siempre paseados por mujeres o niños. Y enloquecen cuando ven a otro de su especie. Los perros libres se los miran con condescendencia, si es que se molestan en prestarles atención, y siguen su camino, que una nunca sabe adonde lleva.
Lo mismo que en las calles, se ven en las carreteras infinitas que cruzan el altiplano, trotando hacia un destino desconocido, en mitad de la nada.
Justamente el hecho de que existan tantos perros salvajes, puede inducir a pensar que no se los considera como un animal de compañía, al modo europeo. Craso error. No solamente los hay entre las familias bolivianas sino que además se los cuida hasta el punto de abrigarlos con pañitos hechos con lana de alpaca. Suelen salir por las mañanas, casi siempre paseados por mujeres o niños. Y enloquecen cuando ven a otro de su especie. Los perros libres se los miran con condescendencia, si es que se molestan en prestarles atención, y siguen su camino, que una nunca sabe adonde lleva.
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