¿A Calacoto? El taxista hace un leve gesto de afirmación con la cabeza y entro en la parte trasera del coche. El cuero falso se hunde como si mi peso le recordara el de los miles de cuerpos soportados sin tregua. Saco el papel arrugado donde me he apuntado con prisa la dirección que me han dictado por teléfono minutos antes y la leo en voz alta. “¿Dónde está?” “Por Calacoto, me han dicho, pero no sé exactamente donde, por eso no he cogido un minibús”. El taxista me mira con mala cara y murmura algo que no logro comprender a la vez que agarra el radioteléfono y pregunta por el sitio en centralita. Se escucha, fuerte, una voz discutiendo con otra sobre si se encuentra en Villafátima o en Miraflores. Le digo al taxista que me han asegurado que estaba por Calacoto y él lo repite a la centralita. “No sabemos de nada de esto por Calacoto”, es la respuesta y seguidamente, con la línea abierta, se dicta (mal) la dirección por si algún otro taxista conoce el sitio. Silencio. “No ve, señorita, nadie sabe. Debería conocer mejor”. Haciendo acopio de paciencia le sugiero que pidamos indicación a alguien por la calle y me señala una gasolinera. “Puede preguntar ahí, señorita, yo voy dirección a Achumani”. Puesto que el taxista no tiene ninguna intención de seguir ni hace ningún movimiento para acercar el coche a la gasolinera, me bajo. Antes de haber cruzado la acera, el taxi se aleja por la costanera.
La fotografía es de Gabriel Barceló
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