miércoles, 10 de diciembre de 2008

Los deshabitados

Después de unas cuantas infructuosas lecturas de autores noveles por falta de escritos críticos a los que poder asomarse, remití a la purga del tiempo y empecé a leer a los muertos.
Marcelo Quiroga Santa Cruz es autor de una sola novela acabada, Los deshabitados, que en 1962 obtuvo el premio iberoamericano “William Faulkner” a la mejor obra escrita en Bolivia después de la segunda guerra mundial. El escritor fue, además, político, cineasta, periodista y profesor universitario. Despareció durante el golpe de estado de Luis García Meza, en 1980, a los 49 años y se desconoce todavía como murió y donde fue enterrado.






En su novela, los personajes, a pesar de tener nombre, aparecen como anónimos, por la intrascendencia de sus actos, su falta de voluntad y sus sueños anodinos. Son cuerpos deshabitados, desasosegados, que se debaten, como Luisa, entre la soledad y el orgullo y que deambulan sin meta ni objetivo. La idea del suicidio es la única que revitaliza a la anciana doliente en el tedio de la convivencia diaria, donde las relaciones afectivas se han debilitado hasta la insignificancia. Mientras, el cura Justiniano teme sus propios pensamientos que le replantean, no la fe, sino la inercia y la desolación de sus acciones. Y el comportamiento mecánico y empobrecido de Durcot, resalta sus pretensiones de escribir una gran obra a pesar de ser incapaz de enfrentarse a la página en blanco.
Estos cuatro personajes, a los que se suman otros tantos deshabitados, conforman una prosa donde, en palabras de Javier Sanjinés, impera la soledad, el aislamiento, la incomunicación y la obscuridad.
Sin destino, sin expectativas y, sobretodo, sin inquietudes, el sin sentido domina en una novela donde el perro Muñoz, en su letargo, describe a todos sus personajes.

martes, 9 de diciembre de 2008

El país de las islas

A pesar de no tener mar, Bolivia es el país de las islas. De las islas culturales, estos pequeños grupos afines que se mueven en círculo, como si los circundara el mismísimo océano. Si algo ayuda al aislamiento cultural de un país, ésto es la no interacción. Para un grupo de teatro, de danza, de música, de cine… no querer conocer lo que se está produciendo tanto a nivel nacional como internacional, es una muerte segura. La autarquía nunca ha sido buena compañera de las artes y sorprende, en la era de la globalización, el desconocimiento y la incomunicación tan grandes que existen a veces entre actores con objetivos parecidos. Se hace patente el aislamiento cuando se reclaman cosas que ya existen y muchas veces se prefiere multiplicar en vez de unificar. Esto ocurre en las currículas y las certificaciones. En música, por ejemplo, cada escuela utiliza un método distinto de enseñanza, a criterio de su director y se alcanzan distintos niveles de manera que un tercer grado no es el mismo en Cochabamba que en La Paz o en Santa Cruz y ni siquiera es el mismo entre las escuelas de una misma ciudad. El resultado de este miedo a unificar es que no existen criterios de titulación válidos que ayudarían a los jóvenes a presentarse a becas, cursar posgrados o, simplemente, ejercer.

Sorprenden también algunos discursos que piden crear estrategias a partir del propio país, sin recurrir a modelos extranjeros. Me pregunto si algún estado no ha creado sus políticas culturales observando lo que han hecho otros, aprendiendo de sus logros y de sus deficiencias, intentando reproducir esquemas que han funcionado en otras partes del mundo y adaptándolos a las características propias. Por supuesto que se han cometido errores y lo que puede haber funcionado en un sitio, no necesariamente tiene que ser positivo en otro (como la ESO, en España) pero nadie duda que es preciso mirar afuera, ver como otros han resuelto los problemas parecidos e interactuar en consecuencia. En un mundo donde todo está inventado ¿es realmente necesario crear otra vez la rueda?

Debo la expresión del título al artista Roberto Valcárcel

domingo, 7 de diciembre de 2008

El abrazo













A mi humilde juicio, una de las mejores esculturas de Marina Núñez del Prado que se encuentran en La Paz. El abrazo aúna lo universal de la maternidad y lo particular de la mujer andina en una síntesis indisoluble afianzada por la solidez del granito.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Copacabana y el Lago Titicaca























Las fotografías son de Gabriel Barceló


viernes, 5 de diciembre de 2008

Premio Nacional de Novela 2009


Esta mañana se ha presentado en la sede del Grupo Santillana en La Paz la convocatoria del Premio Nacional de Novela Alfaguara 2009, auspiciado por el Viceministerio de Desarrollo de Culturas dependiente del Ministerio de Educación y Culturas, BBVA Previsión AFP S.A., Grupo Santillana, La Red ATB, el matutino La Razón, la Embajada de Italia y la Embajada de España.


Algunos de los autores que lo han ganado desde que se creó en 1998 son Gonzalo Lema con La vida me duele sin vos (1998), Ramón Rocha Moroy con Potosí 1600 (2001), Edmundo Paz Soldán con El delirio de Turing (2002), Luisa Fernanda Siles con El agorero de sal (2005) o Sebastián Antezana Quiroga con La toma del manuscrito (2007).

En la última convocatoria se recibieron 40 manuscritos, el mayor número de su historia.



Estas son las bases, resumidas, de la vigente convocatoria:

- Pueden optar al premio todos los escritores de nacionalidad boliviana, con obras escritas en lengua española, originales e inéditas.

- El plazo de admisión de los originales vence el 3 de abril de 2009.

- El jurado estará compuesto por cinco personalidades de los ámbitos literarios nacional e internacional y su fallo será inapelable. La composición del jurado se hará pública el día de la concesión del premio.

- El premio no podrá ser considerado desierto.

- El premio está dotado con 92770 bolivianos y la publicación de la obra por cuenta de Santillana, bajo su sello Alfaguara, que podrá ser comercializada en Bolivia, España, América Latina y EUA.

jueves, 4 de diciembre de 2008

La Fundación Núñez del Prado


Tenía pendiente una visita a la Casa-Museo de Marina Núñez del Prado desde que, al poco de llegar, vi en un catálogo sus maravillosas esculturas en granito, alabastro, mármol, ónix, comanche, basalto y bronce.



Pocos países pueden presumir de tener a una escultora como su artista más importante. No solamente es la boliviana genial (en palabras de la Premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral) sino que es la única declarada “Tesoro Artístico Cultural de la Nación”. A pesar de ello y del reconocimiento que obtuvo en vida, actualmente es una absoluta desconocida tanto para sus paisanos como en los circuitos internacionales.


La Casa-Museo donde tiene la sede la Fundación que ella misma constituyó en 1974 y que custodia su legado, sufrió, hace cuatro años, un derrumbamiento de los pisos superiores a causa de las obras de construcción de un edificio contiguo. Por suerte, las esculturas se pudieron salvar, aunque ahora no se puedan apreciar en las mejores condiciones.





Con una clara influencia de Henry Moore, de quien fue contemporáneo (¿o quizás fue al revés?), la técnica de Marina Núñez del Prado se basa en llenar el espacio de volumen. Son características suyas las redondeces, las torsiones y un sinuoso y sutil dinamismo. Bustos, torsos, maternidades y cosmología indígena son sus principales temas.

Tiene obra en numerosos museos de América y Europa, entre los que destacan el Nacional de Arte Moderno de París, los Museos de Arte Moderno de Sao Paulo y México D.F., la Galería Nacional de Berlín, los Museos Vaticanos o el Museo de Arte de Nueva York.

Quien sabe si, dentro de poco, no volverá a viajar…

miércoles, 3 de diciembre de 2008

James Bond en La Paz

Si alguien ha visto la última entrega cinematográfica del agente 007, sabrá que parte de la acción transcurre en Bolivia, donde una organización que se hace pasar por benéfica, intenta apropiarse de todo el agua potable con la ayuda de un militar golpista que quiere recuperar el poder. Ver esta película en un cine boliviano (donde, por cierto, se estrenó tres semanas antes que en España) tiene sus alicientes.
De entrada hay que aclarar que no se rodó aquí sino en Perú, por lo que no hay una sola imagen que se corresponda con el guión. Puedo servir de testigo que ni Bond ni su rubio actor sufrieron las cuestas paceñas. Lo único que sí puede asemejarse son las imágenes del altiplano, que dudo que difieran mucho de un país a otro, tratándose de la Cordillera Real de los Andes.


Visto esto, sorprende que una superproducción repare en gastos a la hora de informarse sobre las costumbres de las gentes del país. El carácter paceño no es extrovertido y los taxistas no acostumbran a hablar con los clientes (doy fe). Y menos de su gobierno con extranjeros. Por esto, cuando aparece un taxista parlanchín quejándose de la situación política al que hace callar uno de los personajes, el ambiente en la sala es de perplejidad. Perplejidad que se convierte en risas cuando hacen su entrada dos policías vestidos de azul con blancos cascos de motorista y le piden los papeles al agente británico. Hasta el momento no he visto ningún policía en motocicleta y solamente en una ocasión, una patrulla en un coche. La mayoría circulan a pie y visten de verde, así que eran comprensibles las sonrisas de un público al que no se puede tildar de ingenuo, por ser protagonista.
Sin necesidad de moverse del terreno de los tópicos, desde luego había mucho donde elegir, desde los minibuses con sus voceros a las vendedoras de fruta en la calle. Pero la investigación de campo no parece ser una de las prioridades de Hollywood. Sin duda, sería todo un detalle.

martes, 2 de diciembre de 2008

De perros callejeros y carreteros

Una de las cosas que más impactan al llegar a La Paz es la cantidad ingente de perros que abundan por las calles, solos o en manada y que constituyen una población paralela a la humana, en una convivencia basada en la mutua indiferencia. No se los puede llamar con propiedad “abandonados”, pues no han tenido nunca dueño y están perfectamente integrados en la vida urbanita. Responden a los pitidos de los coches, miran a un lado y a otro antes de cruzar una calle y pocas veces ladran. Algunos, a pesar de lo duro del clima, exhiben un pelaje digno del can de un rey y no es difícil descubrir muchos de raza, durmiendo en la acera o resguardándose del sol de mediodía. Se alimentan por la noche, cuando se dejan las bolsas de basura en las esquinas y hábilmente las abren y hacen desaparecer todo lo comestible. Raramente son atropellados y sobreviven cojos o ciegos mucho más tiempo de lo imaginable.
Lo mismo que en las calles, se ven en las carreteras infinitas que cruzan el altiplano, trotando hacia un destino desconocido, en mitad de la nada.
Justamente el hecho de que existan tantos perros salvajes, puede inducir a pensar que no se los considera como un animal de compañía, al modo europeo. Craso error. No solamente los hay entre las familias bolivianas sino que además se los cuida hasta el punto de abrigarlos con pañitos hechos con lana de alpaca. Suelen salir por las mañanas, casi siempre paseados por mujeres o niños. Y enloquecen cuando ven a otro de su especie. Los perros libres se los miran con condescendencia, si es que se molestan en prestarles atención, y siguen su camino, que una nunca sabe adonde lleva.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Bienvenida

Hace cinco meses llegué a La Paz con una beca de gestión cultural bajo el brazo, la mente en blanco y los ojos muy abiertos. En este tiempo y desde esa terrible distancia que son diez mil kilómetros de la tierra que se pisó por primera vez, he sentido esta necesidad de todo aquel que ha escrito en algún momento, para otros o para sí mismo.
Así, con ánimo de relatar las experiencias cotidianas y profesionales que rodean mi estancia y de mostrar una Bolivia con una cultura que se esconde a sí misma, como las mujeres aimaras envuelven a sus hijos en el aguayo; con un pie en La Paz y otro en Barcelona, ciudad que me ha robado parte del alma, esa que tiene tendencia al cosmopolitismo, al buen gusto y al desborde de iniciativas creativas, me aventuro a iniciar estas reflexiones, que me gustará compartir con todos aquellos que tengan algo que aportar y quieran conocer otra realidad, que no es la que emborrona los periódicos.
Ya, pues.



La fotografía es de Gabriel Barceló